TEJEDORA DE RECUERDOS

Por cada paso que daba iba deshilando cada vez más el cordel; no sabíamos si quería trazar el camino o simplemente dormir en el; enredarlo todo. Siempre era impredecible y esa espontaneidad que caracterizaba a Colindres lo era todo y al mismo tiempo no era nada.

Yo lo había conocido jugando en los columpios del patio de recreo; no trataba de llegar alto como los otros niños, quería tomar más velocidad para obtener el impulso que lo arrojará más lejos de donde se encontraba. No sabía que pasaba por su mente pero era evidente, nada le agobiaba.

Estábamos sentados en la grama; los rayos del Sol llenaban el lugar de brillantina y el viento nos brindaba dulces caricias. Habíamos pasado la tarde sentados en la colina decodificando las nubes y Colindres parecía estar un poco aturdido; antes de preguntarle ¿Qué escondía bajo la corteza de su piel y qué secreto enmarañado se encontraba en los estambres de sus venas?; sonrió y me pidió que rodáramos cuesta abajo sobre la grama que se convertía en miles de dedos dispuestos a rascarnos las costillas para hacernos reír mientras tomábamos el viaje.

Si hubiera sabido lo que aturdía a Colindres no lo hubiera dejado rodar. Todo fue momentáneo, mientras caía, observe como se alejaba de la ruta de aterrizaje para adentrarse inconscientemente sobre unos altos matorrales.

Fueron tan solo unos segundos, pero al salir del lugar Colindres era otro. Pensé que se había enredado sobre la paja seca de los matorrales, pues su aspecto era precisamente de alguien sucio, cubierto de tierra y paja.

- Estas hecho un desastre deberías sacudirte.
- No pasa nada.

Su respuesta fue sencilla, se sacudió y al sentir su piel áspera pensó en las marcas del césped y en uno que otro raspón. Al verlo quede perpleja. Me transmitía miles de sensaciones y sabores, no lograba descifrar lo que mis ojos estaban viendo.

Miró detenidamente sus manos y luego sus pies; examinó cada parte de su piel; cada dedo y cada poro; se percató que yo aún continuaba ahí, observándolo. Colindres estaba muy asustado pero trato de mantener siempre su actitud serena y discreta, me dijo:

- ¿Te has dado cuenta que ahora soy de hilo? 

El sabía la respuesta y yo me mantuve en silencio.

- Creo que es hora de regresar a casa; siempre se nos hace tarde.

Me fui, sin poder decirle una sola palabra; no quise volver a ver su rostro, me aturdía tratando de descifrar lo que mis ojos habían visto.

Esa misma noche Colindres lloró por primera vez y en el lumbral de sus recuerdos, tejió.
Se desnudó la piel hilada y no quiso ver salir al Sol. 

La noche siguiente, cuando todos dormían caminó sin rumbo y desbordó su tejido, no escuché más su risa.

Salí y busqué sus ojos; la inmensa llanura deshizo las colinas y el viento ya no sopla dulcemente cuando sale el Sol. Este mismo Sol de hoy y de ayer, ya no acaricia; quema la piel agresivamente reprochándome el ayer y atormentándome mañana.

Nadie sabe a dónde fue Colindres; todos parecen haber olvidado que existía; por momentos yo también olvido.

A veces camino y encuentro entre las calles y avenidas, el hilo de su recuerdo. 

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